Las mujeres no realizan ascensiones difíciles en los Pirineos, a excepción de la duquesa de Berry, que llevó a cabo la de la brecha de Rolando acompañada por treinta guías.
Fue Juliette Drouet quien lo escribió en su diario en 1843. Drouet, que había sido una actriz famosa en el París de la luz y de la bohemia, lo dejó todo para acompañar a su amante en sus viajes por Europa. Así fue como junto al caballero en cuestión llegó a Cauterets, la célebre y refinada contrincante termal de Panticosa al otro lado de la cordillera. Como casi todas las personas que en aquella época tenían tiempo, dinero y ganas de aventura suficientes como para visitar unas montañas a las que nadie más quería ir, Drouet también quedó fascinada por los Pirineos. La refinada artista — que tuvo una intensa carrera epistolar y que mientras duró su relación llegó a mandar más de veinte mil cartas a su gran amor— escribió sobre la vida en el balneario y sobre los paisajes pirenaicos.
Hay que andar aproximadamente una hora desde el pueblo de Gavarnie, un enclave con más plazas de aparcamiento que habitantes y desmesuradas tiendas de sports, montagne y randonee que sin turistas no tendrían razón de ser, para llegar hasta el célebre circo glacial homónimo. El cul-de-sac montañero más famoso de los Pirineos — con perdón de Ordesa y su Cola de Caballo— es uno de esos lugares que sí, que bien merece la fama que tiene. Es un muro, una pared cóncava, un anfiteatro de piedra surcado por terrazas de nieves perpetuas por el que se desliza, casi flotando, una cascada de 423 metros a la que alguien en un alarde de originalidad bautizó como la Grande Cascade. El impacto visual es grandioso porque, además, coronando ese salto de agua que parece estar en suspensión en el aire, está la cereza del pastel: los emblemáticos tresmiles del Marboré con sus Espalda, Torre y Casco. Y justo debajo se acurrucan, obstinados por no desaparecer, los glaciares de l’Épaule, la Cascade y Ouest du Marboré.
—Mira — me indica Núria señalando una de las crestas escoradas a la derecha de la panorámica montañera—, eso de ahí es el pico de Sarradets. Detrás queda el refugio donde pasamos la noche aquella vez que subimos por la Faja de las Flores. No sé si te acuerdas, pero desde Sarradets solo quedan trescientos metros hasta la brecha a través del glaciar.
—¿Mañana quieres que lo afrontemos desde aquí o subimos desde el collado de Tentes? — le pregunto, ya que Núria siempre ha sabido interpretar los mapas mejor que yo y, lo que es más importante, es muy buena estimando el tiempo que hace falta para cada ruta. Por eso cuando salimos con el grupo siempre se acaba encargando ella de esta parte.
—Yo subiría desde Tentes. Nos ahorraremos los ochocientos metros de desnivel de las échelles des Sarradets y con las fuerzas que ahorremos podremos subir hasta el Taillón de una sola atacada.
—Pues, venga, no se hable más. ¿Bajamos al pueblo y buscamos una boulangerie?