Como digo, fue el fracaso de nuestro K2 invernal el que terminó por llevarme al Nanga. Pero no era la primera vez que me planteaba escalar esta montaña. Al echar la vista atrás en busca de mi primer contacto con el Nanga, tengo que remontarme hasta 2005, a mi primera participación en el prestigioso programa Al filo de lo imposible, de TVE2. Estábamos entonces en el Makalu (8.463m), la quinta montaña más alta del planeta, y, tras casi noventa días de campaña, a varios de los miembros del equipo se nos ofreció la posibilidad de participar en otra expedición que comenzaría en cuestión de días, la del Nanga Parbat de ese mismo año.
Por aquel entonces el plan del Nanga Parbat no salió adelante y tras aquello, pasaron otros diez años hasta esta nueva ocasión, que era fruto del rechazo chino al K2. ¡Cuánto tiempo! Una década da para mucho. Es tiempo suficiente para que uno crezca, mejore, se encuentre consigo mismo y sepa quién es, y dibuje a su vez un lugar entre sus semejantes, un hueco en la sociedad. Pero he de ser
sincero: con la perspectiva que da la distancia, el paso de los años, debo decir que me alegro de haberme equivocado en la elección de la agencia para hacer aquel K2 invernal, y también me alegro de que en el año 2005 ni el Nanga Parbat ni las contraprestaciones económicas fuesen lo suficientemente sólidas como para caer en la tentación de ir a la montaña asesina. Sí, caer en la tentación una y otra vez, entrar al trapo, jugar en una liga que no es la tuya. Y es que en el Himalaya hay que moverse con los ojos bien abiertos y el olfato agudizado, y si no reúnes esas cualidades, mal asunto. Puede que la primera vez te haya salido bien e incluso creas que estás preparado para más, pero ¿cuántas veces vas a lanzar los dados? Ese caer continuo puede derivar en una espiral muy peligrosa, de la que muchos alpinistas no son capaces de escapar.
Puede resultar paradójico, pero en muchos casos abrimos la veda a la aventura tan solo para huir de la rutina diaria, de la sociedad que nos oprime, de lo que nos rodea, que para nada nos hace sentirnos realizados y en plenitud. Es como si fuésemos a la montaña huyendo de algo, muchas veces de nosotros mismos, o quizá pretendemos adentrarnos en una nueva era, buscar una forma diferente de vivir, abrir nuevos horizontes en nuestras vidas. Pero luego, una vez entrados en esa espiral peligrosa, no sabemos dar marcha atrás. Acabamos de expedición en expedición, muchas veces sin aportar nada y sin crecimiento interno ni externo, sin cambiar nada en absoluto de nosotros ni mucho menos del alpinismo de vanguardia. Es una triste realidad de la que a veces ni siquiera somos conscientes. Deberíamos ser capaces de elevar la mirada de la montaña y ver que hay mil maneras más de vivir una vida satisfactoria y menos peligrosa. Aunque yo ya he entrado en la espiral, hice mi elección.
Así que allí estábamos con el fiasco del K2. Tras la negativa del gobierno chino a darnos el visado, nos quedamos perplejos y sin rumbo, sin saber qué hacer. O lo que es peor, sin saber qué era lo que queríamos hacer de verdad, sin objetivo, cada uno en su casa con la mochila preparada y los sueños rotos. Tras años enrolado en expediciones invernales –habíamos hecho la doble expedición al Gasherbrum I (8.080 m) en los inviernos de 2010/2011 y 2011/2012, así como otra al Laila Peak (6.096 m) en 2012/2013–, no tenía claro cuál era mi camino. Adiós al dinero invertido, adiós a nuestra expedición y a todo el trabajo previo. Fueron momentos de desconcierto que pronto subsané con firmeza y decisión: no me iba a quedar en casa envuelto en lamentaciones por lo mal que se habían portado los agentes turísticos chinos o por lo torpes que habíamos sido nosotros. Aun así, he de reconocer que pasé unos días muy duros, de esos en los que lo único que quieres es que acabe todo, en los que te preguntas qué más puede sucederte.
Llegué a un punto en el que me repetía a mí mismo: “No hay ya nada peor que me pueda suceder, no tengo nada, estoy de prestado”. Eso creo que facilitó la decisión que finalmente tomé. Fue un tirar hacia adelante, lanzarse a la aventura, practicar un juego de improvisación que a veces puede funcionar y hasta tiene un final feliz. Pero en ese juego, ya se sabe, no hay garantía de absolutamente nada. Hablé por teléfono con Denis Urubko y Adam Bielecki, mis compañeros de equipo. Quise animarles a que fueran osados como yo. Pero no compartieron mi visión, prefirieron no tensar más la cuerda. Había salido mal y por lo tanto había que dejarlo correr. Además, Denis adujo otras razones para negarse.
–¡Hola Denis! ¿Qué tal? ¿Cómo lo llevas? –comencé una de nuestras numerosas conversaciones, yo entusiasta y motivado, con la clara intención de animarle también a él–. Quiero proponerte algo. ¿Qué te parecería si nos fuéramos al Nanga Parbat? ¿Por qué no lo intentamos? –mantuve unos segundos la respiración. Conozco a Denis, sé que tiene las cosas muy claras, por lo que mis esperanzas de contar con su apoyo eran casi nulas. Así fue, mi entusiasmo no le motivó lo más mínimo.
–No voy a regresar a Pakistán nunca, jamás de los jamases –me dijo muy serio, tocado en el alma por lo acontecido hasta la fecha en el país.
Denis hablaba en referencia a lo ocurrido en Pakistán aquel 23 de junio de 2013. Varios integrantes de diferentes expediciones que se encontraban en el campo base del Nanga Parbat fueron absurdamente asesinados por talibanes enardecidos. Qué despropósito. Matar montañeros, precisamente nosotros que formamos una comunidad sin fronteras, amantes de todas las montañas del mundo. El montañero, que se caracteriza por ser respetuoso con las culturas que visita en su camino a esas lejanas cimas, que agradece el afecto del humilde campesino que le da cobijo por un poco de dinero. Dijeron que la intención era solo asustar pero que a alguien se le escapó un tiro y, como consecuencia del mismo, trece personas fueron masacradas. Montañeros que no han muerto en su particular reto en la pared, sino a balazos. Qué sinsentido. Y lo último había sido aquel ataque terrorista en una escuela, acaecido en diciembre de 2014, en Peshawar, cuando seis hombres armados, del Tehrik e Talibán Pakistán, asesinaron a casi ciento cincuenta personas, sobre todo, niños y adolescentes. Sí, la situación en el país era terrible y esta era la manera de “protestar” de Denis. Aunque también es cierto que, a pesar de esas palabras rotundas, su decisión perdió fuerza más adelante, ya que años después regresó al K2 en el invierno de 2017/2018, al Gasherbrum I en el verano de 2019 y al Broad Peak en el invierno de 2019/2020. Supongo que todos nos hemos tenido que comer nuestras propias palabras en esta compleja vida. En fin, todos conocemos el dicho: “Nunca digas de esta agua no beberé”.
La negativa de Urubko y de Bielecki no me resultó para nada fácil de digerir. Me sentí muy contrariado y realmente fue una doble frustración debido a que me quedaba sin expedición y sin equipo con el que moverme al mismo tiempo. Así que, vaya, al final sí que podía suceder algo peor.
Un suspiro salió de lo más hondo de mi ser mientras intentaba analizar qué había pasado, cómo había llegado a aquella situación: “¿Qué he hecho mal? ¿Por qué me pasa esto?”.
Pero lo dicho, no me quedé parado, nada de lamentaciones ni dejar que la negatividad gane la partida. Cogí el teléfono, llamé a Pakistán, hablé con unos y con otros, me enteré de que andaba por allí un italiano que se llamaba Daniele Nardi y que preparaba la ascensión al Nanga. Le escribí y me interesé por lo que estaba haciendo con intención de tomar parte. No tuve contestación, pero no quise desanimarme y seguí adelante. Resultó que también había un grupo de iraníes con el mismo objetivo y que ya tenían el permiso. Hablé con Asghar Ali Aporik, el propietario de Jazmin Treks and Tours.
–Sí, Alex, vente para aquí, seguro que puedes entrar en un grupo, lo vemos aquí –me contestó–.
Así que, aun con toda la incertidumbre del mundo recorriéndome el cuerpo, para cuando pude darme cuenta ya estábamos montados en el avión rumbo a Pakistán. Me acompañaban dos personas de mi querida tierra vasca a las que que valoro mucho y a las que agradezco enormemente su apoyo. Íbamos sin los permisos necesarios, porque había que solicitarlos con meses de antelación, pero bueno, allí nos plantamos. En apenas dos semanas la nueva expedición al Nanga Parbat estaba en marcha. Nuevo gasto y todo de nuestro bolsillo, ya que entonces no había aún patrocinadores ni ayudas.