NEPAL 1982

POR LOS VALLES DEL KHUMBU Y DE KATMANDU

Prólogo escrito por ALBERT PADROL del libro ‘NEPAL 1982’ de JAUME BALANYÀ
Fotografías: JAUME BALANYÀ

"Y los sueños más extravagantes de Kew (*) son realidad en Katmandú."

Para muchos de nosotros también, Nepal era un territorio mítico y desconocido, descrito por imágenes de Tintin en Tíbet, alguna fotografía del National Geographic y la Geografía Universal que teníamos en casa. Este Nepal remoto y hermético acogía perfectamente nuestros anhelos viajeros.

Nepal fue un reino eremita hasta principios de los años 50 del pasado siglo, cuando buscando modernización y supervivencia política se abrió a viajeros extranjeros, a montañeros, a negociantes y a los inevitables aventureros en busca de shangrilas.
El escritor Michel Peissel describe en “Tiger for Breakfast” el ambiente extrañamente cosmopolita de aquellos años en Katmandú, cuando personajes como el exbailarín Boris Lisanevitch o el coronel Jimmy Roberts ponían las primeras piedras en la industria hotelera y del trekking en el país, abriendo el Hotel Royal y la agencia Mountain Travel Nepal, respectivamente.
El propio Peissel remontando a pie el desfiladero del río Kali Gandaki, llegaría pocos años más tarde al Mustang, su “reino perdido en el Himalaya”, repitiendo en parte el itinerario de la expedición de Herzog, Terray, Lachenal y su numeroso equipo, camino del Annapurna, el primero de los 8.000 escalados.

De la abundante producción literaria sobre Nepal, los relatos de Herzog y Peissel resultan hoy especialmente emotivos, como testigos de tiempos anteriores a internet, gps o drones.
Anteriores también a cartografías fiables, porque no fue hasta los años 50 que el geólogo suizo Toni Hagen empezó a recorrer el país a pie, por encargo del gobierno nepalí, para sentar sus bases.

Mientras, en Occidente y muy especialmente en Reino Unido, el movimiento hippy, entre nubes, gurús, música de sitar y polícromas estéticas orientalizantes, veía a Nepal como un ideal de feliz espiritualidad. Una atrayente alternativa a la ordenada vida burguesa que proponía una economía cada vez más alejada de la posguerra.
¡Era el lugar al que había que ir, sin excusas!
El viaje se hacía por tierra, y fue la aventura iniciática de muchos jóvenes europeos.
Llegados de la India del norte, sobre poblada y conflictiva, incómoda también, Nepal resultaba amable y tranquilo.
El Katmandú de aquellos años, los de venta libre de cannabis y hash cakes en Freak Street, disponía de poca electricidad y casi ningún alcantarillado. De noche, las finas y etéreas jóvenes hippis circulaban casi a oscuras, entre vacas y alguna cabra tumbadas, quemando barritas de incienso bajo la nariz, para vencer el hedor.
En los templos a la luz de antorchas, se cantaban hasta tarde himnos con acompañamiento de armonio primitivo y tabla.
Por la mañana, muy temprano, despiertas ya vacas y cabras, no así las etéreas jóvenes y sus compañeros, mujeres tibetanas vendían por la calle té salado con mantequilla que servían de grandes termos de madera.

Es el Katmandú de este libro, que pocos años más tarde fotografía Jaume Balanyà en magnífico blanco y negro.
Un Katmandú sereno y amable, de mujeres y niños que miran directamente al fotógrafo sin desconfianza ni inquietud. Y que pese a su modestia evidente raramente mendigan limosnas o caramelos. La pobreza de buena parte de la gente resulta obvia, así como su dignidad.
Jaume sabe muy bien cómo fotografiar a personas con respeto, lo ha hecho siempre, esperando la mirada que autoriza la foto y construyendo así un recorrido humano por las calles y templos de la ciudad.

El Katmandú que documenta este libro no volverá. Nepal tiene el turismo convencional y de montaña como fuente de ingresos fundamentales y barrios como Thamel están saturados de hostales y comercios.
La población ha aumentado espectacularmente, y la ciudad está tan congestionada como las de India.
Muchas cosas han cambiado, como el acceso al conjunto monumental de Durbar, que necesita adquirir entrada. O el mercado de verduras cercano que ha pasado a ser una serie de tenderetes que venden recuerdos…
Y hace ya muchos, muchísimos años, que no se vende cannabis libremente.

El verano, de junio a agosto, es tiempo de grandes precipitaciones en Nepal: es el monzón…
Cada día nubes oscuras y pesadas dejan caer cantidades prodigiosas de lluvia. El valle de Katmandú queda anegado, los caminos de las montañas totalmente impracticables y las cimas ocultas por nieblas espesas.
Más tarde, en septiembre y mejor en octubre el paisaje desvela el gran Himalaya.
Desde Nagarkot, en el este del valle, la visión de las cimas del Ganesh Himal, el Lantang Himal y otras resulta abrumadora.
Mucho más al este, al fondo del panorama… ¡el Everest! el País Xerpa, Khumbu, que el elegante blanco y negro de las imágenes de este libro nos permite recorrer.

Jaume y sus compañeros llegan a él en uno de los pequeños aparatos que sirven el vertiginoso aeródromo de Lukla. Una pista muy peligrosa construida bajo los auspicios de Edmund Hillary, que la consideraba fundamental para sacar al país sherpa de su aislamiento.
Allí, una vez aclimatados, acceden al Kala Patthar acompañados por Pasang, su amigo sherpa.
Desde los 5.643 metros del excepcional mirador las vistas del Everest, el Nupse y el Lhotse sacan el aliento, como la altura.
En la vuelta a Namche Bazar, deslumbrados por la visión de las cimas resplandecientes celebran alegremente el éxito del viaje: con thukpa (largos fideos con verduras y huevo), alu ko roti (pan sin levadura) y txang (turbia bebida fermentada de arroz ).

Al contrario que la ciudad, las montañas no han cambiado casi, o puede que un poco por el cambio climático, pero la manera de acceder a ellas y escalarlas sí, como explica el escrito de Jaume.
Que queréis que os diga, prefiero los tiempos de la exploración y las primeras escaladas, cuando la posibilidad de expediciones comerciales a los 8.000 era inimaginable.
Los tiempos de los pioneros del himalaísmo, como Eric Shipton, Bill Tilman y tantos otros.
De montañeros que respetaban que la cima del Machapuchare, en la región de los Annapurnas, era sagrada y no debía ser pisada por humanos, quedando a 150 metros de la cima…
Alpinistas como el entrañable Herbert Tichy, primero en escalar el Cho-Oyu con Joseph Jöchler y Pasang Dawa, capaces de hacer de la expedición y de su largo y durísimo recorrido de aproximación una celebración de la vida y de la montaña, como describe en “Cho Oyu”, su relato de la ascensión.


Nota: Jaume Balanyà es un amigo que viene de lejos, casi tan lejos como mis primeros viajes a Nepal.
Como Nepal, Jaume, excelente fotógrafo y montañero forma parte de mi paisaje sentimental.

(*).- Barrio de la localidad de Richmond upon Thames, en el sur de Londres.

ALBERT PADROL

En casa, en Andorra, se fotografiaba mucho. Mi padre tenía un laboratorio de aficionado donde procedía a larguísimas sesiones de revelado de sus fotografías. Fue pues muy natural que, terminados los estudios en la escuela francesa, decidiera intentar vivir de mis fotos. Empecé como foto fija en el cine, pero lo que realmente me interesaba era viajar y fotografiar al mundo. Y esto hice, y no fue fácil, después de pasar dos años en la efímera escuela de fotografía Richter Elisava, en Barcelona. Los años han dado por hacer algunas cosas, como colaborar regularmente con agencias fotográficas: AGE Fotostock o las desaparecidas Zardoya, Explorer y AFIP de París, o Picturepoint de Londres. También publicar en revistas como Viajar, y otras muchas. Traducir al castellano libros de fotografía, o cofundar Altaïr (la/las librerías, la revista, la edición de libros…): una larga aventura que me ha permitido vivir casi como había imaginado.
E impartir durante unos años el curso de Fotografía de Viaje en el IEFC
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