A LA MONTAÑA TAMPOCO LE IMPORTA

MUJERES EN LA MONTAÑA

Crónica escrita por ISABEL CAMPAÑA MARRUGAT (Guía de Montaña)
Soy guía de montaña, amante de la naturaleza, amante de las travesías en solitario; me encanta la fotografía y podría enumerar una larga lista de cosas que definen a una parte de quien soy hoy. Y, por si no lo había dicho, por azar de la vida, también soy mujer.

Realmente nunca me he parado a pensar en el significado de ser mujer en el mundo de la montaña, porque a la montaña, de verdad, tampoco le importa. Tengo dos piernas, dos manos, un corazón que late y unos pulmones para llenarlos de aire fresco. Y, lo más importante: la voluntad de andar por estos parajes. Dime pues qué más me haría falta. Me imagino llegando a la cima de una montaña con una gran sonrisa de satisfacción y viendo despertar el espíritu de ese pico para saber quién se ha encaramado a verlo y, mientras me regaña y me dice que no debería estar allí porque soy mujer y que esto no va con mi naturaleza, lo veo celebrar con mis compañeros hombres a su meta alcanzada. Me agarra la risa de lo ridículo que es este pensamiento, pero se me pasa enseguida cuando recuerdo que ha sido una realidad para muchas vidas de mujer y que, si hubiera nacido en otro momento, me habría tocado vivir.

Recuerdo, de jovencita, oír comentarios como «no seas marimacho» o «una chica como tú debería ser más fina», y también oír decir a alguna «amiga» cosas como «nunca encontrarás pareja porque eres demasiado tozuda y a los hombres no les gusta que les lleven la contraria». Podríamos pensar que soy un fantasma del siglo XIX pero estoy hablando de pleno siglo XXI. Esto ya nos da una pequeña pista de donde venimos y de la herencia que llevamos encima. Por suerte —aunque admito que en aquellos años comentarios así podrían haberme afectado— seguí siendo quien era, porque no sabía ser de otra manera.
Si miramos el contexto histórico de la mujer a finales del siglo XVIII, cuando se data el nacimiento del alpinismo con la primera ascensión al Mont Blanc (4.808 m) por Jacques Balmat y Michel Paccard, la mujer vivía en una sociedad en la que era prácticamente invisible en todos los ámbitos que iban más allá de la familia y las tareas domésticas. No tenía derecho a votar, el acceso a enseñanzas superiores o científicas era muy restringido y viajar largas distancias, subir montañas o participar en expediciones era prácticamente imposible para la mayoría. También las convenciones de vestimenta y la percepción de la fragilidad femenina las limitaban física y socialmente. Así que no es de extrañar que nos encontremos con una historia del alpinismo escrita estrictamente por hombres.

Sin embargo, siempre ha habido mujeres que, pese a los obstáculos sociales, han roto patrones. A partir del siglo XIX encontramos las primeras pioneras en la montaña, pero los historiadores e historiadoras se encuentran a menudo con un problema: muchas de estas mujeres no se daban a conocer con su nombre real para proteger su identidad o, en muchos casos, habían cambiado su nombre al casarse, adoptando el del marido. Todo ello dificulta la búsqueda de sus metas en el mundo del alpinismo.

Y a pesar de haber ido ganando terreno a lo largo del siglo XX, todavía nos encontramos dentro de una sociedad heredera de un machismo normalizado. Y, aunque la ley ya no nos limita en muchos aspectos, sí que lo hace un pensamiento generalizado con absurdas convicciones sobre la naturaleza de la mujer y del hombre. La propia montañera Sonia Livanos, que con su marido Georges logró muchas vías difíciles en los años sesenta y setenta, dijo una vez: «Hasta la fecha no existe ninguna mujer que se pueda calificar de gran montañera en el verdadero sentido de la palabra. No es la naturaleza de la mujer vivir por una causa. La mujer vive por alguien. La mujer se sacrifica, no crea y no inventa. Su papel no es nada secundario; simplemente es diferente, y sí, necesario.

Si contemplamos a la mujer en el mundo del alpinismo, hemos tardado muchos años en poder alcanzar las mismas metas que nuestros compañeros. No fue hasta la segunda parte del siglo XX que grandes alpinistas como Yvette Vaucher —que se convirtió en la primera mujer en escalar por la cara norte el Matterhorn en 1965 junto con su marido— o Catherine Destivell —que escaló la misma montaña por la misma vertiente en el año 1992 en solitario y en estilo invernal. Y, si miramos la consecución de los 14 ochomiles sin oxígeno artificial —logrado por primera vez por Reinhold Messner en 1986—, las mujeres tardamos 25 años más en alcanzar este objetivo: Edurne Pasaban en el 2010 (con oxígeno artificial) y Gerlinde Kaltenbrunner en el 2011. Si pensamos en los siglos en los que la mujer ha sido invisibilizada y reprimida, 25 años me parecen pocos por haber llegado a ese nivel.

Todo el mundo tiene su Everest para escalar.

Dejando la escalada deportiva aparte por un momento, el montañismo es uno de los pocos deportes que hoy en día no separa categorías entre hombres y mujeres. El rendimiento no depende sólo de la fuerza física, sino también de la experiencia y la técnica, de la estrategia de itinerario, de la gestión del riesgo y del material, de la resistencia durante muchas horas o días y, finalmente, de la fortaleza mental. Y, aunque en el montañismo a menudo se ha competido por llevarse el título de “ser el primero o primera”, una ascensión no es realmente una competición, sino un logro personal. No hay podios oficiales porque lo que se valora es el acto en sí. La idea del montañismo está construida sobre la premisa de que la montaña es igual para todos.

Soy mujer y he terminado recientemente mi formación como guía de montaña (TD2). Creo que nos ocurre a casi todos que, cuando hablamos de guías de montaña, nuestra mente automáticamente genera la imagen de un hombre. Si decimos “he contratado a un guía para subir a la Pica d’Estats”, ¿nos imaginamos una mujer liderando el grupo, gestionando el riesgo y tomando decisiones? Quizás el siguiente fragmento, publicado por la AEGM (Asociación Española de Guías de Montaña), nos puede explicar el porqué:
“Existe una gran disparidad entre el sexo de los titulados, siendo dominante la presencia de hombres frente a las mujeres que cursan los estudios de guía de montaña. Aún así, la tendencia es que el número de mujeres que deciden completar los estudios va en aumento”
(Boletín AEGM nº36, pàg. 30)
Según las estadísticas presentadas en este mismo boletín, y sin diferenciar entre especialidades (alta montaña, media montaña, barranquismo y escalada), nos encontramos un 92% de hombres técnicos deportivos de montaña versus un 8% de mujeres técnicas deportivas de montaña, con datos recogidos hasta el año 2018. Estos números quizás reflejan lo que ya intuíamos: estamos presentes, pero aún somos pocas.

Y, con estos números, decido emprender ese camino que seguro será toda una aventura — tanto porque la profesión en sí ya lo es, como porque también será un reto a nivel personal. Mentiría si dijera que no tengo dudas, pero las ganas de ir por este camino pesan más que las inseguridades que puedan surgir por ser mujer.

Espero, si alguna vez vuelvo a escribir sobre las mujeres en la montaña, poder explicaros mis buenas experiencias como guía de montaña. Y quizás, la próxima vez, estaremos menos sorprendidos al ver a mujeres liderando, guiando o abriendo nuevos caminos. Porque, de verdad, a la montaña tampoco le importa.

ISABEL CAMPAÑA MARRUGAT

(Barcelona, 1985) En alguna época de mi vida prové ser historiadora y filósofa, tengo experiencia laboral en el mundo de las bibliotecas, entrenadora de taekwondo, empresas de turismo y administración de empresas. Pero mi verdadera pasión siempre han sido las montañas y la naturaleza. Soy una enamorada de los Pirineos y de Els Ports. En 2023 cumplí el sueño de recorrer la Transpirenaica en solitario por el GR-11 de un tirón. He vivido en el extranjero, actualmente felizmente asentada en las Terres de l’Ebre, formada como guía de montaña (Técnica deportiva de media montaña)
y emprendiendo con el propio proyecto, SENDERS DEL SUD www.sendersdelsud.com
Por si quieres compartir esta crónica