A VECES TU CIMA LA ENCUENTRAS EN EL CAMINO

OBJECTVO: CORDILLERA DEL PAMIR

Crónica escrita por MAITE PARIENTE AYLAGAS

Preparando el petate me di cuenta de que, debido a la pandemia y a una fractura en la vértebra L1, hacía dos años, que no me embarcaba en una pequeña gran aventura en la montaña. Sin embargo, en ningún momento había dejado de hacer ascensiones a los tres mil, o casi tres mil, de mis Pirineos. Esto me había mantenido en forma, tanto física como mentalmente, y, lo más importante, saciaban mi pasión incontrolable.
Y llegó el día; mi objetivo era un seis mil en la cordillera del Pamir. Si todo iba bien, sería la segunda vez que ascendería a 6.000 m de altitud. Conocía las reacciones de mi cuerpo a esa altura y cómo se comportaba en este tipo de trekking, pero es cierto, que, en la montaña, nunca se sabe; muchas cosas están fuera de nuestro alcance. El programa era bastante completo y aseguraba muy buena aclimatación. No estaba nada preocupada, tenía claro que quería gozar de aquella experiencia, volver a estar entre montañas de grandes dimensiones, ponerme a prueba de nuevo y, evidentemente, alcanzar la cima. Estaba segura de que había hecho una buena elección, aquella cima venía de paso a un siete mil espectacular, considerado fácil técnicamente, pero situado en una de las cordilleras más bonitas del mundo.

Después de cinco horas circulando por rutas no asfaltadas, disfrutando de una gran variedad de paisajes, que te recordaban que estabas en un país de montañas llenas de colores, llegamos al campo base, a 3.300 m. Sin pedirme permiso, me invadieron un torbellino de emociones y sensaciones, mientras se me aceleraba la respiración, y no por la altura. Tiendas de color amarillo bien colocadas y alineadas, gente que iba de un lado a otro, y, desde la distancia, el Pico Lenin nos dio la bienvenida. Además, la meteorología no podía ser mejor; las condiciones de la montaña eran buenas; posiblemente, lo único a tener en cuenta era el hielo del glaciar y la falta de nieve en las grietas. Pero bueno, nada que me hiciera pensar que esa aventura no tendría el final deseado.

Un par de días de aclimatación, subiendo a dos cuatro mil sin dificultad técnica alguna, no sólo nos enriquecieron el corazón y nos hicieron disfrutar de aquel lugar rodeado de grandes montañas, sino que nos aseguraron que ya estábamos preparados para abandonar el campo base.
El camino del campo base al campo 1, es un bonito paseo de alta montaña con tres partes muy diferenciadas: la primera parte te acerca, sin demasiada dificultad, a un paso de 4.100 m; la segunda te lleva por las laderas de la morrena del glaciar, donde debes tener cuidado si no quieres que el camino, estrecho y roto, te precipite en sus grietas; y en la tercera y última parte, sin necesidad de crampones, caminas por el glaciar, bien cerrada y sin nieve, a la vez que ves a lo lejos las tiendas del campo 1. Unas horas que te ponen a prueba, no sólo por la altura , ya que subes a 4.300 m, sino por el peso de la mochila que descansa sobre tu espalda; pero es cierto que la belleza que penetra por tus ojos, hace que todo el esfuerzo haya merecido la pena.

Describir el campo 1 es complicado, no puedes dejar de mirar a tu alrededor; ese lugar salvaje te coge fuerte. Fotos y más fotos, no sea que esas increíbles imágenes se te borren algún día de la memoria sin pedirte permiso. La subida previa a un cinco mil de la zona y la clase práctica sobre técnicas de cuerda, a las que hemos dedicado un par de días, nos confirman que estamos preparados para continuar la aventura. Mi aclimatación y mi fuerza física y mental están en su mejor momento; de hecho hacía tiempo que no me sentía así.

Estar tan cerca de mi objetivo era la mejor motivación ante el alud de noticias que llegaban al campo 1 sobre muertes y rescates en el siete mil que teníamos cerca. Las dos últimas noches cambió el tiempo, el viento y la lluvia empezaron a estar presentes en las horas previas a la salida desde el campo 1. Me pasó por la cabeza la idea de no alcanzar la cima, pero intenté no pensar demasiado, aún quedaba mucho por hacer.
La subida al campo 2 empezó en torno a las tres de la madrugada: el viento, la niebla y la lluvia decidieron que también nos acompañarían por el camino. No fue fácil: glaciar, grietas y doscientos metros de cuerda fija, nos pusieron a prueba a cada paso. Pero estaba preparada, así que, a pesar de que en algún momento estaba cansada, sabía que cada paso me acercaba más a mi objetivo. La nieve nos acompañó todo el día. Llegar al campo 2, a 5.300 m, fue, para mí, cómo hacer cumbre, no podía ser más feliz, había superado ese paso, nada fácil, al que no estaba muy acostumbrada.

Al llegar al campo 2, fuimos a las tiendas a descansar un poco y a esperar a que, la nieve y el viento, dejaran paso al sol que nos permitiera disfrutar de ese lugar. Parte de mí tenía la esperanza de que el tiempo mejorara, pero la previsión meteorológica de los últimos días decía que la cosa se complicaba; de hecho, que durante una semana, se instalaría una ventana de mal tiempo en esa zona. Sin embargo, decidí descansar y no caer en el pesimismo. Un par de horas después la situación mejoró ligeramente, pero sólo el tiempo necesario para poder tomar unas fotos y disfrutar, con todos los sentidos, de ese lugar. Fue un pequeño regalo que pronto dio paso a una realidad no demasiado buena. Horas después, cada vez con mayor fuerza, la nieve y el viento decidieron que no darían tregua. Aquella noche no dormí, por una parte el viento quería llevarse la tienda, y, por otra, la nieve, quería enterrarla.

Las primeras luces del día no aparecieron porque la nieve, la niebla y el viento no lo permitieron, así que, ya tarde, tuvimos que tomar una decisión difícil. En mi caso, el corazón lo tenía muy claro, subir y alcanzar la cima, el Razdelanaya de 6.148 m: Sabía que ya no había dificultad técnica, sólo el mal tiempo y la altura representaban un inconveniente. Pero mi jefe me decía que era una idea loca, el mal tiempo no desaparecería; de hecho había nevado tanto, que medio metro, bueno, había tapado huella; así que nos tocaría abrir rastro a una altura considerable. Además, la nieve, que no paraba de caer, haría muy complicada la vuelta del día siguiente al campo 1. Y si la subida había sido dura en condiciones no demasiado malas, la bajada podría llegar a ser, incluso, peligrosa. Tardamos unos minutos, que se hicieron muy largos, para valorar las opciones y tomar la mejor decisión. Por unos instantes estuve a punto de arriesgarme, pero jugarse la vida no tenía sentido; la montaña siempre estaría en el mismo sitio, y yo podría volver. Así que todos lo tuvieron claro, la mejor decisión era no intentarlo y bajar al campo 1. No era la primera vez que daba la vuelta a la montaña, y no sería la última, pero es cierto, que cada vez que lo hago, un pedazo de mi corazón se rompe.
Siempre he tenido muy claro que la pasión me lleva a la montaña, pero es la cabeza la que me hace volver a casa sana y salva.

Recogimos la mochila sin perder más tiempo, y decidimos no mirar atrás mientras empezábamos a bajar hacia el campo 1. Una mezcla de emociones volaban libremente por mi cabeza, estaba contenta porque me encontraba física y mentalmente bien, como por haber logrado aquella cima, pero triste por no haber alcanzado mi objetivo. Todo debido al mal tiempo.

Tuvimos que quedarnos un día más, en el campo 1, por culpa del tiempo. Ese día no pude hacer otra cosa que mirar al cielo, esperando, que por un milagro, la meteo cambiara y nos diera la oportunidad de volver a intentarlo. Pero no fue así, y al ser el otro día bajamos al campo base. La nieve nos permitió dibujar un nuevo camino. Cuando llegamos, yo ya no era la misma de unos días antes. Una extraña tristeza me invadió hasta que logré salir de allí, pero tuve la certeza de que, en un futuro próximo, volvería…

MAITE PARIENTE AYLAGAS

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