LA COLONIZACIÓN MEDIEVAL DE UN MACIZO

ROMÁNICO EN EL MONTSENY

Crónica escrita por ÒSCAR FARRERONS VIDAL y publicada en la revista VÈRTEX número 294
A finales del siglo X, la expansión demográfica ligada al desarrollo de la producción agrícola propició la construcción de unas sesenta iglesias románicas en el Montseny. Una caminata por el pla de la Calma, en el sector occidental del macizo, nos acercará a algunos de estos pequeños templos perfectamente integrados en la montaña.

LA IMPLANTACIÓN EN EL SITIO

El Montseny ve cómo en la edad media se generalizan los establecimientos poblacionales de una manera dispersa por todo el territorio. A medida que se intensifica la explotación de los recursos naturales, comienzan a asentarse diferentes parroquias en la zona. En el siglo X se inicia una expansión demográfica propiciada por el desarrollo de la producción agrícola gracias a la extensión de los cultivos en nuevas tierras, al perfeccionamiento del utillaje agrícola y a la mejora de los recursos hidráulicos. La producción de excedentes favorece la creación de una economía de intercambio y es entonces, a finales del siglo X, que se inicia una gran construcción de iglesias repartidas por todo el territorio montsenyense. Se fija así una población que se ha arrojado a la colonización del macizo. El período románico se puede definir desde finales del siglo X hasta inicios del XIII. Bajo esta denominación encontramos edificios de características diferentes y también más o menos conservados, ya sea por su mantenimiento o porque a veces la pujanza del pueblo que los alojaba los hizo reconstruir para construir sobre ellos iglesias a los gustos de la época. En Cataluña el románico siempre ha sido un arte apreciado, desde sus orígenes con Pau Piferrer, Elies Rogent, Josep Gudiol, Josep Puig i Cadafalch, hasta la actualidad con historiadores de la talla del montsenyese Antoni Pladevall.

Las ermitas románicas del Montseny son sencillas, a veces bastante humildes, con unos rasgos comunes que suelen repetirse como la orientación al este del ábside, el acceso con puerta de medio arco al lado del mediodía, los capiteles con elementos vegetales y algunas pequeñas decoraciones con ajedrez, trenzas, medias esferas y arcuaciones. A pesar de la variedad de las iglesias, su implantación en el sitio las hace únicas. Ninguno de los templos está emplazado de manera azarosa, como no podía ser de otra forma, cuando el hecho de construir la iglesia suponía la «conquista» del terreno. Todas las ermitas tienen una situación especial en el lugar, ya sea porque culminan una colina que les permite controlar el entorno o porque están en el centro de la llanura a trabajar. Su situación ha hecho que hoy el paisaje sea irreconocible sin ellas, ya que los maestros de obra que las levantaron sabían que la relación de la obra arquitectónica con el entorno es fundamental.
El Tagamanent desde l'Agustí (© Oscar Farrerons Vidal)

UN MACIZO ENTRE TRES OBISPADOS

Las sesenta iglesias románicas del Montseny se reparten entre tres obispados diferentes. Su vértice de confluencia se encuentra en el collado de Sant Marçal, donde se encuentra la famosa Taula dels Tres Bisbes. Dice la leyenda que los obispos se reunían en esa mesa para decidir sobre diversas cuestiones sin tener que desplazarse de la diócesis.

Al obispado de Vic pertenecen Sant Andreu de Tona, Sant Miquel de Vilageriu, Santa Maria de Seva, Sant Jaume de Viladrover, Sant Martí del Brull, Sant Cristòfol de la Castanya, Sant Martí de Viladrau, Sant Miquel d’Espinzella, Sant Cristòfol de Cerdans, Sant Vicenç d’Espinelves, Sant Quirze de Subiradells, Sant Marçal del Montseny, Sant Martí del Congost, Sant Miquel de Canyelles, Sant Salvador d’Avencó, Santa Maria de Tagamanent, Sant Martí de Tagamanent, Sant Cebrià de la Móra, Sant Nicolau Vell y Santa Eugènia del Congost.

El obispado de Girona reúne Sant Pere Desplà, Santa Maria de Lliors, Sant Pere de Montsoriu, Sant Segimon del Bosc, Sant Feliu de Buixalleu, Sant Llorenç de Gaserans, Sant Salvador de Breda, Santa Maria de Breda, Sant Llop de Viabrea y Sant Martí de Riells.

Las iglesias románicas del Montseny pertenecientes al obispado de Terrassa son Sant Vicenç de Gualba, Sant Joan de Campins, Sant Esteve de Palautordera, Sant Cebrià de Palautordera, Santa Margarida de Montclús, Santa Maria de Palautordera, Sant Muç de Cànoves, Sant Salvador de Terrades, Sant Andreu de Samalús, Sant Pere de Vilamajor, Santa Susanna de Vilamajor, Santa Susanna Vella, Sant Joan de Cavallar, Sant Martí de Pertegàs, Sant Celdoni, Sant Ponç, Santa Fe del Montseny, Santa Magdalena, Sant Martí de Mosqueroles, Sant Esteve de la Costa, Sant Cristòfol de Fogars, Sant Roc, Sant Julià del Montseny, Sant Martí del Montseny, Santa Anastàsia, Sant Cristòfol de Monteugues, Sant Pere de Vallcàrquera, Sant Esteve de la Garriga y Santa Maria del Camí.
Sant Nicolau Vell (© Oscar Farrerons Vidal)

DEL TURÓ DEL TAGAMANENT A CAN FIGUERA

Una excursión por la calma del pla de la Calma.
La Calma es una meseta situada en la parte más occidental del Montseny, que se une a los otros dos grandes conjuntos montañosos que configuran el macizo: Turó l’Home – Les Agudes y Matagalls por Sant Marçal y Collformic, respectivamente. La vuelta que proponemos visita templos románicos como Santa Maria de Tagamanent y las ruinas de Sant Martí de Tagamanent y de Sant Nicolau Vell, aparte de otros interesantes elementos del patrimonio cultural y natural de la zona.
Longitud: 19,2 km
Desnivel acumulado: 460 m
Duración aproximada: 5 h
Iniciamos nuestra ruta en el gran aparcamiento habilitado por el Parc Natural del Montseny en el Bellver. Aquí está el centro del Parc Etnològic de Tagamanent, en el lado de poniente de la Calma. Para acceder en coche hay que tomar una empinada pista asfaltada que se inicia en el pueblo de Tagamanent, junto a la C-17.

Bajamos a los bancales inferiores por un sendero septentrional, siguiendo las indicaciones hacia la fuente Linyac, uno de los orígenes del sot del Purgatori. La obra de la fuente son dos muretes bajos en ángulo recto, construidos con piedra local, que configuran dos bancos pétreos. El lugar es bastante húmedo y abundan las bañerillas de jabalí. Proseguimos por el sendero en dirección a poniente hasta la pista por la que hemos subido en coche. La seguimos hasta el collado de Sant Martí, que recibe el nombre de la iglesia de Sant Martí de Tagamanent. Ésta aparece documentada por primera vez en el año 1009. Del templo original sólo se conservan partes del muro de mediodía, del ábside y el ábaco sur del arco triunfal. El ábside se derrumbó en el siglo XX, después de que cediera el terreno en el que se asentaba. Ahora la vegetación ha colonizado todo el espacio y en el centro de la antigua ermita crece ufana una joven encina. Sin embargo, un muro de ladrillo reconstruye el zócalo del ábside para dar una idea de cómo sería el espacio, a la vez que conserva sus ruinas. Subimos el sendero señalizado hacia el castillo de Tagamanent. Cuando llevamos caminados unos 350 metros desde el collado de Sant Martí, giramos a la izquierda por un tirano descendente y algo desdibujado. Éste nos asoma a una pequeña explanada donde encontraremos arrimada al margen de la montaña la poco conocida fuente de la Obra (o del Rector). Una pared de piedra seca contiene el pico de hierro galvanizado por donde mana el agua, aunque el caudal está acondicionado a las lluvias.

Volvemos al sendero y, enlazando unos zigzags, llegamos a la colina de Tagamanent, coronada por su castillo. La estratégica situación fronteriza entre los condados de Osona y Barcelona y su facilidad defensiva le han valido la importancia histórica y el interés por no perder su posesión. Del castillo hoy sólo quedan algunos basamentos de muros y la iglesia de Santa Maria de Tagamanent. Este templo románico del siglo XII, aunque citado por primera vez en 983, es una muestra magnífica de la implantación en el terreno de este tipo de arquitectura. Presenta fachada principal con puerta dovelada con dos arquivueltas y columnas cilíndricas de base octogonal, coronadas por unos collares a modo de capitel. Encima hay un rosetón y un macizo campanario de doble agujero. Como la mayoría de los templos que se han conservado, se manifiestan diversas reformas a lo largo del tiempo. Actualmente está en muy buen estado de conservación gracias a los trabajos de la Diputació de Barcelona. Descendemos por el sendero que nace detrás de la iglesia y, al bajar entre las rocas, encontraremos medio escondidos en la balma los restos de la cueva de la Virgen, sencilla construcción de una capilla del siglo XVII, hoy en mal estado. Continuamos bajando hasta el collado de Sant Martí. Ahora tomamos el sendero señalizado hacia el Bellver. Se trata de una masía histórica de grandes dimensiones que aparece ya en un documento de 1304 y que hoy es un restaurante de producto local de calidad. Bajamos por un sendero en los bancales de levante y allí encontramos la encantadora fuente de Bellver, con pedrón y fecha 1838 cincelada. Volvemos al camino y estamos de nuevo en el aparcamiento inicial.
L'Agustí (© Oscar Farrerons Vidal)
La pequeña Creu de l'Agustí, y al fondo el castillo de Tagamanent (© Oscar Farrerons Vidal)
Ahora tomamos el sendero señalizado que sale en dirección norte, entre losas de piedra roja y grandes encinas hasta l’Agustí. Esta masía ya aparece citada en el fogaje de 1515 y hoy es un museo etnológico dedicado a la vida rural en esta zona del Montseny a mediados del siglo XIX. Si viene un día con tiempo, podréis realizar la visita guiada por las cortes, la cocina, la patera, el comedor y las cámaras, con los olores y aromas de la vida de payés. Alrededor de la masía hay tres grandes árboles catalogados: un roble, una encina y un chopo. Entre los bancales norte de l’Agustí, ahora abandonados, un sendero desdibujado nos llevará a la Creu de l’Agustí, un pequeño crucifijo de hierro enclavado en el punto más álgido del peñón. La cruz recuerda al heredero de Bellit, que cortejaba a la heredera de l’Agustí y que, según una antigua fábula, fue devorado por una lobada una escarchada noche de invierno justo aquí. Proseguimos al norte por un virón bien marcado y cruzamos unos baches, que a finales del otoño bajan llenos de agua. Llegamos al camino del Bellit y lo tomamos en dirección este para subir hacia la pista de la Calma, hasta que vemos un sendero a nuestra izquierda que sube a lo alto de la colina. Magnífico espacio con encinas centenarias coronado por los restos de un antiguo templo: Sant Nicolau Vell. Son ruinas seguramente de origen románico, pero todavía faltadas de estudio arqueológico en profundidad. Sentarse en sus piedras milenarias bajo la sombra de las enormes encinas contemplando la cresta y el valle nos proporciona una gran sensación de paz.

Descendemos junto a la lecho del Bellit y alcanzamos la majestuosa masovería del Bellit. Documentada desde el siglo XII, hoy está habitada por gansos, gallos, gallinas y potros que nos miran con cara de extrañeza, ya que aquí llegan pocos visitantes. Retomamos la marcha al norte hasta que entramos en un cercado con indicación de peligro porque hay toros en libertad. En 100 m ya volvemos a salir del cercado y el camino nos lleva directo al sot del Molinot. Aquí todavía podemos apreciar medio cubierto por zarzas los restos del molino que dan nombre al lugar. Persistimos cruzando pequeños baches hasta el magnífico sot de l’Infern, un sendero que va por el lado norte de la Calma. Las hayas son muy abundantes, por lo que si realizáis la excursión en otoño tendrá una alfombra de todos los marrones posibles. Finalmente llegamos a Can Figuera, masía en estado muy precario, pero en un sitio precioso. Encontramos un dintel en la fachada principal suroeste con la fecha 1740. Otro dintel, este orientado al sudeste, parece destacar las iniciales FP GHO FI; la fecha sí queda clara: 1797. En el mismo caminal se encuentra la fuente de Can Figuera, con una delgada boca por donde mana el agua de manera continuada. Retomamos hacia poniente hasta la pista principal de la Calma. Aquí se aprecian los nuevos trabajos agrarios que se llevan a cabo en lo que habían sido grandes espacios dedicados a la ganadería. También aquí estaba hasta hace poco la notable haya de Can Figuera, ahora talada.
El Bellit (© Oscar Farrerons Vidal)
Can Figuera (© Oscar Farrerons Vidal)
Estamos en el punto más septentrional de nuestra excursión. Ahora continuamos por el camino de la Calma hacia el sur. Las grandes extensiones de prados y landa, correspondientes a la explotación tradicional de la ganadería, son atravesadas por el sendero GR 5, que sigue un antiguo trazado medieval. Llegamos a Pedres Blanques, topónimo correspondiente a un importante cruce. Nos dirigimos a levante hacia el puig Drau, el punto más elevado de la Calma. Pasamos por el llano de Xixa, otro importante empalme: una pista baja al pueblo del Montseny, pero nosotros tomamos la que en ligera ascensión nos lleva al puig Drau (1.344 m), con vistas impresionantes a la turó de l’Home, les Agudes, Matagalls y a nuestros pies todo el alto valle del Tordera. Retrocedemos al plan de Xixa y perseveramos en el sur. A pie del camino encontramos un terminal de piedra con las iniciales BFM, seguramente indicando la confluencia de los límites del Bellit, Can Figuera y Molar de Dalt, finca situada a levante de nuestra ruta. Un poco más, y coronando el turó del Poliol, encontramos la barraca de Ramon y en su interior la estela de la Calma.

Bajamos de la colina hasta el cruce cercano que tiene el evocador nombre de la Sitja del Llop. Abandonamos el camino y tomamos el sendero que en dirección a poniente baja hacia el sot de la Blada. En el momento de cruzarlo, si la época es propicia, descubriréis el nacimiento del agua y las marismas que se crean aquí mismo. Continuamos por el sendero hasta reencontrar la pista principal de la Calma. Será por poco tiempo, ya que enseguida volvemos a abandonarla para tomar la pista cumbrera que en unos 500 m nos llevará a la Casanova del Bellit, un corral arreglado que cumple su función en perfecta armonía con el lugar. De aquí bajaremos 100 m a levante para visitar la fuente de Casanova del Bellit, una firme construcción de piedra. Los dos muros que acompañan al manantial se abren hacia el bache en forma de banco, el del lado norte con un respaldo también de piedra. La boquilla es un tubo de acero que mana a un palmo de tierra en un fregadero que recoge el agua. Volvemos a la Casanova y proseguimos por el sendero, ahora a poniente, que nos lleva al pozo de nieve de la Casanova, todavía bastante majestuoso aunque ya colonizado por la vegetación. Mantenemos el rumbo a poniente para volver a la pista principal de la Calma, justo al inicio del camino del Bellit.

A partir de ahora ya no saldremos de esta pista, siempre siguiendo el GR 5. Si hacemos la excursión a finales de otoño, a unos 750 m podremos observar la Llacuna, un estanque natural que se forma a nuestra izquierda del camino. Un poco más abajo veremos también la encina del Estany, con sus cinco grandes troncos. La pista hace una gran lazada y llega ante l’Agustí. Ahora ya no entramos, sino que seguimos caminando hacia el suroeste hasta el aparcamiento del Bellver, lugar en el que habíamos dejado el coche y fin de nuestra excursión.
La estela de la Calma (© Oscar Farrerons Vidal)

LA ESTELA DE LA CALMA

En la cima del turó del Poliol, en pleno llano de la Calma, encontramos la barraca de Ramon y en su interior la estela de la Calma. Se trata de una estela neolítica que se encontró en los años cincuenta del siglo XX con la piedra tumbada y las insculturas hacia el suelo, lo que según los expertos explicaría por qué se descubrió tan tarde. Un pastor la utilizó para construir la barraca de Ramon hacia los años 60 y entonces ya fueron identificados los grabados, pero no fue inventariada hasta 1976. La estela que contemplamos aquí es una reproducción porque, para evitar que fuera expoliada o estropeada, el original se transportó en el 2008 a una urna de cristal que se puede ver en el pueblo del Montseny. La reproducción y restauración de la barraca han sido hechas con bastante rigor y podréis disfrutar de un lugar maravilloso, transportados a muchos años atrás.

ÒSCAR FARRERONS VIDAL

Arquitecto, doctor en Ingeniería Multimedia. Profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya, subdirector del departamento EGD-UPC. Viladrauenc de adopción. Fundador “Amics Fonts de Viladrau” y cofundador “Projecte Fonts del Montseny”. Ha escrito una decena larga de libros sobre el Montseny y excursionismo. En 2014 recibe el galardón “Castanyer de Plata” del Ajuntament de Viladrau. Ha publicado una cincuentena de artículos en revistas, y ha participado en más de cuarenta congresos nacionales e internacionales. Miembro de la Junta de la asociación “Amics Aplec de Matagalls” y vocal de “Amics del Montseny”. Desde 2019 director de la publicación «Monografies del Montseny». Ha formado parte de comités científicos de congresos y revistas nacionales e internacionales relacionados con la sostenibilidad y el agua. En 2020 ha sido elegido “Ambaixador del Montseny” para promover un turismo de calidad, respetuoso con el entorno y preservar el valor del patrimonio cultural y natural del Parc Natural. Son habituales sus conferencias y misceláneas de tema montsenyense en aulas de extensión universitaria y auditorios diversos.
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