El naturalista, geógrafo y explorador alemán Alexander von Humboldt, extasiado después de su ascensión en el Teide en 1799, escribió: «El ascenso a la cumbre del Teide no es solo interesante por el gran número de fenómenos que concurren en nuestras investigaciones científicas. Lo es mucho más encara por las bellezas pintorescas que ofrece a quienes sienten vivamente la majestad de la Natura». Sus palabras fueron del todo acertadas, puesto que el Parque Nacional del Teide (18.990 hectáreas), creado el 1954 y Patrimonio Mundial por la UNESCO, es como un museo natural al aire libre donde cada paso que basura viene acompañado de una lección magistral de geología y biología. Continuamente somos recibidos por lenguas de lava, pitones volcánicos, rocas de formas inverosímiles, atrevidos lagartos tizones, diferentes aves y plantas endémicas en un decorado imponente y sobrecogedor.
El vivaque es la mejor manera de percibir con toda su intensidad la fuerza de esta natura caprichosa y sublime, sobre todo si pasamos las noches a unos 3.000 metros de altitud. Tendremos las estrellas como techo y bajo nuestros pies la gigantesca Caldera de lasCañadas, de 17 kilómetros de diámetro y limitada en el sur por paredes rocosas de hasta 500 metros de altura. Esta caldera, según la hipótesis más aceptada, se formó hace unos 170.000 años como consecuencia del desplazamiento hacia el mar de un antiguo volcán más alto que el actual Teide. El colosal movimiento de tierras de centenares de kilómetros cúbicos dejó una enorme cuenca vacía. Después de este brutal episodio, la actividad volcánica continuada fue cubriendo la depresión y construyendo pacientemente el Teide, que se eleva 3.718 metros sobre las próximas aguas del océano Atlántico. Constituye el punto más alto del Estado español y la tercera estructura volcánica más elevada y voluminosa de la Tierra después de Mauna Loa y Mauna Kea, en Hawái, puesto que se levanta más de 7.000 metros sobre el fondo oceánico.
Aunque la ascensión en el Teide es la más destacada del Parque Nacional, hay otras montañas mucho menos frecuentadas e igualmente interesantes por la seductora belleza de su entorno. Así, encontramos lo Pico Viejo, con un cráter de 800 metros de diámetro; Alto de Guajara, que recibe el nombre de una princesa aborigen que se lanzó al vacío al perder su estimado en la batalla de Aguere ante el conquistador Fernández de Lugo, según dice la leyenda; Pasajirón, vecino del Guajara; Cumbres de Ucanca, abrupta sierra por encima de los Llanos de Ucanca; Sombrero de Chasna y su característica cumbre plana; La Fortaleza, de rojizas paredes verticales; Montaña Blanca, formada por pumicita (piedra pómez) y coronado su redondeada cumbre por minerales de obsidiana; o la Montaña de Limón, que destaca por encima de una extensa área donde predomina el pino canario.
No está nunca de más recordar que nos moveremos por un territorio vulnerable y de frágil equilibrio ecológico, motivo por el cual tenemos que ser muy respetuosos y no dejar rastro de nuestra presencia. Tal vez, cuando andamos sobre un suelo de lava oscura acompañados por el rotundo silencio forjado hace millones de años, nos volverán a venir en el jefe las palabras de Alexander von Humboldt: «Contemplar un paisaje grandioso supone una de las máximas satisfacciones para el alma. Lo Pico del Teide es por mí el ejemplo más claro de la grandeza y belleza de la creación. Obliga el espíritu a reflexionar sobre las fuentes secretas de la actividad volcánica».