La subida al campo 2 empezó en torno a las tres de la madrugada: el viento, la niebla y la lluvia decidieron que también nos acompañarían por el camino. No fue fácil: glaciar, grietas y doscientos metros de cuerda fija, nos pusieron a prueba a cada paso. Pero estaba preparada, así que, a pesar de que en algún momento estaba cansada, sabía que cada paso me acercaba más a mi objetivo. La nieve nos acompañó todo el día. Llegar al campo 2, a 5.300 m, fue, para mí, cómo hacer cumbre, no podía ser más feliz, había superado ese paso, nada fácil, al que no estaba muy acostumbrada.
Al llegar al campo 2, fuimos a las tiendas a descansar un poco y a esperar a que, la nieve y el viento, dejaran paso al sol que nos permitiera disfrutar de ese lugar. Parte de mí tenía la esperanza de que el tiempo mejorara, pero la previsión meteorológica de los últimos días decía que la cosa se complicaba; de hecho, que durante una semana, se instalaría una ventana de mal tiempo en esa zona. Sin embargo, decidí descansar y no caer en el pesimismo. Un par de horas después la situación mejoró ligeramente, pero sólo el tiempo necesario para poder tomar unas fotos y disfrutar, con todos los sentidos, de ese lugar. Fue un pequeño regalo que pronto dio paso a una realidad no demasiado buena. Horas después, cada vez con mayor fuerza, la nieve y el viento decidieron que no darían tregua. Aquella noche no dormí, por una parte el viento quería llevarse la tienda, y, por otra, la nieve, quería enterrarla.
Las primeras luces del día no aparecieron porque la nieve, la niebla y el viento no lo permitieron, así que, ya tarde, tuvimos que tomar una decisión difícil. En mi caso, el corazón lo tenía muy claro, subir y alcanzar la cima, el Razdelanaya de 6.148 m: Sabía que ya no había dificultad técnica, sólo el mal tiempo y la altura representaban un inconveniente. Pero mi jefe me decía que era una idea loca, el mal tiempo no desaparecería; de hecho había nevado tanto, que medio metro, bueno, había tapado huella; así que nos tocaría abrir rastro a una altura considerable. Además, la nieve, que no paraba de caer, haría muy complicada la vuelta del día siguiente al campo 1. Y si la subida había sido dura en condiciones no demasiado malas, la bajada podría llegar a ser, incluso, peligrosa. Tardamos unos minutos, que se hicieron muy largos, para valorar las opciones y tomar la mejor decisión. Por unos instantes estuve a punto de arriesgarme, pero jugarse la vida no tenía sentido; la montaña siempre estaría en el mismo sitio, y yo podría volver. Así que todos lo tuvieron claro, la mejor decisión era no intentarlo y bajar al campo 1. No era la primera vez que daba la vuelta a la montaña, y no sería la última, pero es cierto, que cada vez que lo hago, un pedazo de mi corazón se rompe.