Hay quien ha buscado en esta vivienda mínima un lugar de retiro y de austeridad, de proximidad espiritual, física y emocional con la naturaleza. De nombres, no faltan en el mundo de las letras que se hayan refugiado en una cabaña: JACK LONDON, en el Yukon; HENRI-DAVID THOREAU, a las afueras del Lago Walden, en Vermont; y más próximo y actual, el italiano PAOLO COGNETTI, autor de «Le otto montagne, novela traducida y publicada en catalán en 2018, donde explica su experiencia en un rincón de altitud del Valle de Aosta.
No obstante, estos refugios son en buena medida refugio psíquico, como también lo son algunos paisajes que actúan como tales. Cada uno posee uno de predilecto que frecuenta periódicamente, si no a diario, y donde encuentra el calor de un espacio acogedor, de un hogar más mental que físico. Son espacios reconfortantes en medio del silencio, o no lejos del ruido de las áreas metropolitanas. Son espacios personales e intransferibles, íntimos, capaces de transmitir seguridad y sosiego a quien capta su energía. En ellos, el habitante experimenta un desfase espacial y temporal, mediante el cual conecta con él mismo. Estos paisajes-refugio, que fueron analizados en profundidad en una excelente jornada organizada por el Observatorio del Paisaje de Cataluña, emergen de la nada, allí donde la mirada y las emociones de quien es sensible los escoge. Pueden darse en un rincón de un parque urbano o en una plaza tranquila, al pie de una fuente, o en medio de un bosque. Y, como no, sobre una cima.