2a ETAPA
CASTELL DE CABRES – LA POBLA DE BENIFASSÀ
Longitud: 27 km
Desnivel positivo: 1.500 m
La segunda y tercera etapa representan los puntos fuertes del recorrido en cuanto a exigencia física. Habrá, pues, que madrugar para poder disfrutar, sin prisas, de este territorio.
Iniciamos la jornada encarando un camino con lazadas que no deja tiempo para el calentamiento. La subida es intensa pero breve. En lo alto, hay que girar la vista: nos despedimos del pueblo, que pervive al abrigo de una colina. La piedra seca hace acto de presencia; se manifiesta visiblemente en márgenes, en restos del adoquinado del camino tradicional por donde circulamos, en el vertedero que sirvió para el desplazamiento del rebaño. Vertebra una composición natural desnuda, caliza, áspera. Estamos a una considerable altitud, siempre por encima de los 1.100 metros. La meteorología, en días inclementes, pone aquí lo difícil: no es cuestión de confiarse.
Y es en esta latitud donde se despliega un paisaje de una singular vaguedad, característico de las cotas altas de la Tinença de Benifassà, con alternancia de pequeños planos con colinas poco marcadas. Aquí y allá, masías, testigos de una vida resistente, obstinada, dispersa. Y una toponimia que recuerda el uso que tuvieron el lugar y la gente que los poseyó: pasamos el Boveral, donde debieron pastar rebaños de bueyes, y el Muladar, con una etimología evidente.
A medida que avanza la etapa, la orografía se encrespa: las montañas toman forma con absoluta contundencia, las pendientes se acentúan y el terreno se vuelve intransigente. Nada más perder altura, aparece de nuevo el bosque. En un claro, está la masía de la Borja. En ruinas y de unas dimensiones espectaculares con los distintos edificios que lo componen, preserva el eco de un tiempo pretérito. Desde aquí, nos sumergimos en el barranco del mismo nombre, donde la piedra hace que los kilómetros se ganen con un esfuerzo penitente. En medio de esa geografía solitaria, la sensación de aislamiento es excesiva. A la salida del barranco de la Borja, aparece el acantilado inflexible, otro elemento identitario del paisaje de la Tinença de Benifassà.
Tocamos puntualmente el asfalto para abastecernos en la fuente de la Fou. Se trata de una carretera estrecha, vecinal, que conecta los pueblos de Vallibona y Rossell. La fuente es un punto estratégico para hacer un receso: el tramo final de la etapa reclama una buena dosis de energía para salvar los casi 500 metros que nos separan de Bel. De este pueblo a La Pobla de Benifassà, circulamos por el antiguo camino con un descenso final acusado que acabará de consumirnos las reservas.
3a ETAPA
LA POBLA DE BENIFASSÀ – FREDES
Longitud: 27 km
Desnivel positivo: 2.000 m
Una nueva etapa exigente. Con las piernas todavía adormiladas, salvamos de golpe los 350 metros de desnivel que nos separan de la parte superior de la sierra de la Creu. Algunos pensarán que para llegar al Bellestar esta subida es gratuita. Nada más lejos de esto: la cota alta de la sierra conforma un mirador de primer orden sobre el valle que riega el río Verd. Se asientan la Pobla de Benifassà y el Bellestar rodeados de una retícula de campos de secano.
Nos incorporamos al valle del río Verd y fluimos con él. Sus aguas pronto serán embalsadas por el pantano de Ulldecona, que bordearemos por su flanco meridional, hasta el Molino el Abad. La instalación, junto a la carretera, ofrece un restaurante y un tentador hotel de montaña. Remontamos durante dos kilómetros la pista del barranco de la Fou, anegado por el citado embalse. La vía, llana, es transitada, sobre todo durante los fines de semana. Nos fugamos por una secundaria, al final de la cual se inicia el camino que da acceso a uno de los espacios más bellos y con más carácter de la Ruta de los 7 Pobles de la Tinença de Benifassà: el Portell de l’Infern. El nombre lo dice todo: se trata de un paso entre la roca, una rendija magistral que ha permitido tradicionalmente comunicar a Fredes con la llanura y el litoral. Una vez atravesado, penetramos en un universo mineral majestuoso y un punto catedralicio. Pasamos al pie de paredes extraplomadas y abrigos naturales que conservan permanentemente la humedad y la frescura de la tierra. Caminamos suspendidos por encima del barranco de la Tenalla, al que nos sumergiremos por un sendero dentro del bosque que desciende con tramos de fuerte pendiente y algunas lazadas. Al fondo del barranco y en unos minutos llegamos a otro highlight de la ruta: el Salt de Robert. El lugar, cerrado, recogidísimo, alberga una cascada de considerables dimensiones, especialmente si la lluvia ha hecho acto de presencia los días anteriores a nuestro paso. Somos (o al menos es la sensación que tenemos) náufragos en el centro de la Tierra. Ahora, sólo queda salir de nuevo a la superficie. La tarea no será fácil. Un camino remonta decidido hacia Fredes. El bosque está cerrado y húmedo; la luz, tenue, casi una penumbra. Ganamos desnivel a cada paso, con una pendiente que pone a prueba nuestra capacidad pulmonar. Y llegados a la cota superior, la tónica se suaviza. A la salida del bosque, Fredes, en medio de un relativa verdor.