En desplegar una hoja, asiste a un experiencia geográfica. De repente, frente a él, una porción de territorio más o menos extensa, según la escala elegida. Se vierte, la descifra. Una mirada general lo lleva a entender la configuración global del espacio. Ríos, montañas, valles, caminos y senderos, carreteras, pueblos y masías … A vuelo de pájaro, va pasando por los lugares, sin detenerse. Su interpretación parte de la narración del territorio que el cartógrafo ha hecho de este. De repente, algo le llama la atención: entonces focaliza la mirada y se fija en un trozo de terreno que, como un fragmento literario, el mapa plasma a partir de la mezcla de signos. Las curvas de nivel, fundidas en una, denotan una orografía escarpada; un barranco impracticable contiene una fuente. Por su cauce, una línea discontinua indica que hay paso, al menos un sendero. Una masía colgada de un risco, hoy probablemente abandonada… A partir de este escenario gráfico, el lector de mapas teje su propia historia: se imagina caminando, destrepando, atravesando aquel espacio abrupto de tráfico delicado, visitando la masía, buscando la fuente.
Sigue. La lectura se le hace cada vez más apasionante, porque, a diferencia del texto, la escritura cartográfica no es lineal. Se dan cita a la hora múltiples capas de información y de esta manera la cartografía resuelve una de las grandes imposibilidades del texto, la simultaneidad. El mapa lo muestra todo de una en un presente casi absoluto, al tiempo que permite saltar en el espacio sin los apremios de un hilo narrativo. El lector de mapas es libre sobre un territorio de papel, navega, vuelve atrás por un camino diferente, por el que descubre nuevos secretos. Construye su propia experiencia. De nuevo, se detiene: ahora, una palabra, una de las pocas que pueblan la hoja, lo reclama. Un nombre de lugar, un topónimo le cuenta una historia pasada o una leyenda; le recuerda el propietario de una partida o la forma y el color de una montaña; la exigencia del terreno y los rigores del clima. También los usos y costumbres de la zona. El mapa habla de Montserrat, del Puigmal, del Tempestades, de la Maladeta; o de Matadepera (bosque al pie de una roca) y del Montseny (el Monte signum, o montaña señal de los navegantes); del Boumort y el frío repentino que sorprendía el ganado, del escarpado Portell del Infierno y del rocoso Pico Espadán; de la Fontcalda y sus aguas tibias, del Forat del Vent o del collado de la Ventosa … Y ahora es la alquimia de la palabra que le revela el genio del lugar y la percepción que históricamente han tenido sus pobladores.
El lector de mapas, cansado, pliega la hoja; cierra un territorio. Ha vivido, ha explorado, ha descubierto. Mañana seguirá quién sabe por dónde. La Tierra entera está a su alcance.