El 13 de septiembre del 2011 murió en la ciudad de Roma el alpinista italiano Walter Bonatti, uno de los montañeros más fascinantes y indómitos del siglo XX, tanto por sus ascensiones excepcionales como por la manera en que las llevó a cabo. Resumir su vida en un artículo, o incluso en un libro, es una tarea imposible; evocarla, pero, siempre será una invitación a la auto exigencia ética y vital.
Walter Bonatti nació el 22 de junio de 1930 en Bérgamo, Lombardía, al pie de los Alpes. Un lugar espléndido, pero también en un tiempo convulso y espantoso. Italia sufría entonces el delirio del fascismo, que había hecho del Estado una burocracia provinciana grotesca y tenebrosa con ínfulas de potencia imperial. Por si fuera poco, la sombra de la segunda carnicería bélica planetaria comenzaba a gestarse en la vieja y civilizada Europa.
Bonatti fue hijo de una familia socialmente humilde. En su autobiografía alpinística, Montañas de una vida, escribe: «Mientras que de la niñez sólo conservo alguna pálida visión, mi primer recuerdo auténtico coincide con el inicio de la II Guerra Mundial. Tenía diez años y, desde entonces, todos los momentos de la adolescencia que todavía me vienen a la cabeza están marcados por el hambre». Superados los momentos más difíciles, el joven Bonatti se estrena en la escalada el verano de 1948, y lo hace de una manera que prefigura muy bien el Bonatti de la madurez. La anécdota iniciática, narrada en las primeras páginas de Montañas de una vida, llama poderosamente la atención: un día de agosto un amigo llevó a Walter a escalar el Campaniletto del Grigna y, como novato que era, el de Bérgamo debía ser el segundo de la cordada; pero al amigo, un tal Elia, le resbalaba el calzado que llevaba y entonces propuso a Bonatti que hiciera él el primer largo de la vía: se salió tan bien que al final realizó toda la ascensión como primero.
A partir de la experiencia fundadora del Campaniletto, Bonatti se puso a escalar de forma compulsiva. Se vinculó con otros escaladores también jóvenes e inexpertos y antes de que concluyera en 1949 ya había llevado a cabo, entre otras ascensiones de gran nivel, la Walker de las Jorasses y la Cassin del Badile y había abierto, con Villa y Oggiono, una ruta en la cara SO del Aiguille Noire de Peuterey. Su vertiginosa trayectoria lo lleva, en 1950, a intentar dos veces la cara E del Grand Capucin; no triunfará por poco debido al mal tiempo. El siguiente año, sin embargo, acompañado de Ghigo, lo conseguirá. A partir de ahora la envidia y la mezquindad de algunos sectores del gremio alpinístico comenzarán a hacer de Bonatti objeto de predilección.