Fue un día de marzo de 1986 en una ascensión al COULOIR DU GAUBE (Vinhamala, los Pirineos) donde el invierno nos mostró su cara más cruda en forma de virulenta tormenta. La intensidad de la nevada y del viento (con una sensación térmica de hasta 40 grados bajo cero) hizo que no pudiéramos llegar arriba. Quedamos bloqueadas en la pared mientras duró la tormenta, más de 48 horas. Al tercer día, el tiempo se calmo: helicópteros, gendarmes, rescate heroico (todas sobrevivimos!), Hipotermia grave, congelaciones en las extremidades, hospitales. Y volver a la vida, empezar de nuevo pagando un peaje: en mi caso, la pérdida de los dedos de ambas manos.
Con la perspectiva de los años, me siento cada día agradecida y afortunada que, en este frágil juego donde se encuentran la vida y la muerte, ese día la primera ganara la partida. Dicen que la vida se entiende mirando atrás y se vive mirando adelante. Vamos caminando, aprendiendo y renaciendo a la vez: aprendiendo que vivir puede ser una aventura, que nuestro paso es breve y que cada día es una oportunidad para honrarla. Y aprendiendo que la verdadera fuerza no está en escalar 500 metros sin dedos, sino en la fuerza interior que nos lleva a convivir con el dolor, la pérdida y los obstáculos y aceptar que la adversidad forma parte del regalo de la vida.