ESPERANÇA

Columna escrita por PITI CAPELLA publicada en la revista SORORA número 3

En medio del invierno aprendí, por fin,
que había en mí un verano invencible

Las primeras luces del día nos acompañan en los preparativos rituales de una escalada: elegir el material, comer algo ligero, pocas palabras y gestos orquestados alrededor de un objetivo. Estamos en el Pirineo francés, el MIDI d’OSSAU, para escalar la Vía Sureste Clásica: 540 metros de granito vertical y dificultad media-alta.

Empiezo los primeros metros con incertidumbre pero con determinación y con el apoyo de mi compañera en esta ruta, ROSA FERNÀNDEZ-ARROYO. Nos hacemos trepadoras como sorores lagartijas, superando retos con una sonrisa. Es un día que, 34 años después, está presente en mí: mi primera gran escalada tras perder los dedos un año antes.
Fue un día de marzo de 1986 en una ascensión al COULOIR DU GAUBE (Vinhamala, los Pirineos) donde el invierno nos mostró su cara más cruda en forma de virulenta tormenta. La intensidad de la nevada y del viento (con una sensación térmica de hasta 40 grados bajo cero) hizo que no pudiéramos llegar arriba. Quedamos bloqueadas en la pared mientras duró la tormenta, más de 48 horas. Al tercer día, el tiempo se calmo: helicópteros, gendarmes, rescate heroico (todas sobrevivimos!), Hipotermia grave, congelaciones en las extremidades, hospitales. Y volver a la vida, empezar de nuevo pagando un peaje: en mi caso, la pérdida de los dedos de ambas manos.

Con la perspectiva de los años, me siento cada día agradecida y afortunada que, en este frágil juego donde se encuentran la vida y la muerte, ese día la primera ganara la partida. Dicen que la vida se entiende mirando atrás y se vive mirando adelante. Vamos caminando, aprendiendo y renaciendo a la vez: aprendiendo que vivir puede ser una aventura, que nuestro paso es breve y que cada día es una oportunidad para honrarla. Y aprendiendo que la verdadera fuerza no está en escalar 500 metros sin dedos, sino en la fuerza interior que nos lleva a convivir con el dolor, la pérdida y los obstáculos y aceptar que la adversidad forma parte del regalo de la vida.
Mis manos con dedos de viento se han convertido en mis maestros y así cada día aprendo. Pero lo más importante que aprendí aquel invierno es que lo mejor que tengo es el amor y el calor de mi familia, de mis amigos, de todas las personas que he encontrado y encuentro en el camino. Y que en toda situación, por difícil y oscuro que sea el momento, siempre hay una luz de esperanza que nos conecta con el verano invencible que llevamos en el alma.

(A mi madre, por el regalo más grande, para hacer de la vida una poesía y por darme su mismo nombre: ESPERANZA.)

PITI CAPELLA

Primera instructora del ECAM en modalidad alpinismo,
e integrante de la primera expedición femenina, de nuestro país, en el Himalaya
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