Xavi Fernandez, guarda en Coma de Vaca (Ripollès), le conoció «a finales de los 90 o principios de 2000». Con los años ya tenían muy por la mano los avituallamientos. En un refugio que cada temporada sirve unas 2.500 cenas y comidas, avituallan cuatro veces al año: mayo o junio, julio, agosto y septiembre u octubre. Entre siete y diez cargas cada vez. Hasta 8.000 kilos. 800 como máximo en cada viaje (rotación) desde la central de Daió, en Queralbs, hasta el refugio. Siete u ocho minutos cada vez por las gargantas del Freser y las rocas de Totlomón. Aceite, pasta, legumbre, pan, carne congelada, verdura, café, leche, azúcar, tostadas y huevos bien protegidos… El precio de los avituallamientos es una suma del transfer (los minutos que dura el trayecto desde el helipuerto hasta el punto de recogida de las cestas y volver a la base) y la rotación, a tanto el minuto. En el caso de Coma de Vaca, el coste de cada avituallamiento asciende a unos 3.000 euros. Son días que llevan mucho trabajo de preparación, explican los guardas. Es necesario acumular toda la carga en un mismo punto. Si es posible, con congeladores cerca. Días muy estresantes, de mirar mucho al cielo. Y de gran cansancio cuando llega la noche y todo está guardado donde toca. «El avituallamiento de principio de temporada es fácil, porque no hay gente alojada en el refugio; en pleno verano es una locura porque tienes un gentío», dice Xavi Fernandez. Con los cuatro avituallamientos no tienen suficiente y, durante el resto del verano, cada tres o cuatro días tienen que verdura y pan porteando con mochilas. «Haritz era muy buen tío. Siempre acelerado y atareado, pero siempre dispuesto a ayudarnos en los refugios, que no podemos olvidar que comparados con grandes empresas somos clientes modestos», resume.
En cada cerebro, los responsables de los refugios guardan recuerdos de la épica de los días complicados. «Era un piloto excepcional». «Virtuoso». «Tenía una habilidad bestial». «Solo él lo habría podido hacer». Xavi Fernandez recuerda un día que relataron en un post en Facebook. «Un agujero en la niebla», lleva por título. Tenían todas las cargas preparadas y el cielo se cerró. Decidieron abortar la carga: dejaron el helicóptero y aprovecharon para ir a desayunar a Queralbs. Al volver, decidieron dejarlo estar. Pero quince minutos después le llamó Haritz: ¡había un agujero en la niebla y veía colores entre las nubes! «Subó cinco veces enganchado a las rocas. Solo él podía hacerlo», relata. La sexta vez, la niebla volvió a cerrarse y tuvo que abandonar la carga del butano en un prado. Más allá de la relación profesional, fueron tantos años que había trabado amistad con los guardas. En Coma de Vaca recuerdan el día que subió con el helicóptero, y «por la cara», a una amiga que tenía esclerosis. O cómo le gustaba leer revistas de montaña, a pesar de no ser aficionado a caminar: «Preguntaba, sentía admiración y curiosidad». Xevi Generó, que fue guarda de Ensija (Berguedà), cuenta otra de 2018, la víspera del acto Cims per la Llibertat, el ascenso simultáneo a dieciocho picos en apoyo a los presos políticos: «Tuvimos un problema con el generador, le llamamos y en unas horas nos ayudó a subir otro».
David Abajo es el guarda de Respomuso, un concurrido refugio del Pirineo aragonés. «Hacemos un porteo gordo a inicio de temporada, de unos veinte vuelos, en el que nos ayudan una docena de amigos, y luego dos o tres, cada 15 días», dice. También conocía a Haritz desde hacía veinte años: «Impulsivo, a veces quedabas a una hora y aparecía más tarde, o de mal humor, pero tenía un lado humano increíble que compensaba a todo lo demás». Un ejemplo: «En las dos avalanchas que hemos tenido en el refugio, fue de las primeras personas que llamó ofreciéndose para ayudar. Estaba trabajando en otro lado y vino volando y bajó a gente herida», explica. «Era muy habilidoso, hacía obras de arte como la máquina. Era capaz de pilotar en malas condiciones. Una vez que había comprado un helicóptero nuevo, vino a probarlo y me llevó de paseo. Me contó algo alucinante: interpretaba el viento con el que había aprendido en las aguas bravas con la piragua», recuerda. En Colomina (Pallars Jussà), el guarda Gerard Garreta dice haber trabajado sólo puntualmente con Haritz. «Pero nos había ayudado en algunos marrones, como cuando la empresa con la que trabajamos, de la Vall d’Aran, tuvo una avería y le llamamos porque ya lo teníamos todo preparado. Era un currante y siempre estaba disponible», dice. Y sí, a veces tenía mal genio, «pero cuando tienes un aparato como un helicóptero en las manos y eres el jefe de una empresa como Helitrans, tonterías, las justas».