EL VALLE DE LUISHON Y LA VAL D’ARAN
¿Por qué empezaron este recorrido por tierras de la Cataluña del Norte? Hay dos motivos de peso. En primer lugar, en el museo del monasterio de los Agustinos de Toulouse había agolpado –más que almacenado– una cantidad ingente de material románico y prerrománico (urnas y estelas funerarias) proveniente de las iglesias de aquella región. Actualmente podemos visitar el Museo de los Agustinianos, donde quedaremos maravillados de todos los vestigios que se exponen, especialmente de la sala de los Capiteles. Además, en la villa estaba la majestuosa iglesia de Sant Sadurní, de la que no podían obviar la visita, dado que era uno de los puntos destacados del camino de Santiago. Y en segundo lugar, resultaba imperativo inventariar las pequeñas iglesias románicas del valle del Arbost –Sant Pe, Casós de l’Arbost y Sant Aventí– verdaderos exponentes del románico pirenaico, de las que se tenían muy pocas noticias.
Así pues, la ruta de la misión arqueológica –como la que pude recuperar, 107 años más tarde– comienza en Banhèras de Luishon. Desde allí, antes de empezar a cruzar hacia el sur, conviene visitar el bonito valle del Arbost. Después, subiéndonos por los bosques esponerosos de hayas y robles que rodean el pueblo de Luishon ascendemos hasta el Portilhòn, puerta de acceso a la Val d’Aran. Justamente, en algún punto de esta ascensión, Adolf Mas inmortalizó una fotografía, de gran valor para la posteridad, porque se ve al equipo comandado por Puig i Cadafalch, que está situado en primer término, mirando a la cámara. Se puede comprobar el equipamiento que llevaban: 90 kg de material fotográfico a lomos de machos y caballos.
Desde el Portilhòn (1.293 m), el camino baja hasta Bossòst donde, siguiendo el cauce del río Garona, se llega a Viella. Allí, el equipo se repartió en dos grupos para peinar todo el valle en un solo día, por lo que, después de un día de trabajo verdaderamente maratoniano, pasaron la noche en Salardú. Actualmente, nosotros también podemos hacerlo, haciendo noche en el refugio Juli Soler i Santaló. Aquí es donde la historia nos proporciona el primer guiño porque, si bien Guillem Maria de Brocà era buen conocedor del valle de Boí y de la ruta que se extendía hacia el sur desde Caldes de Boí, el equipo de 1907 tuvo el privilegio de ser acompañado durante su estancia en el Arán por un guía de excepción. Nada menos que Juli Soler i Santaló, que en 1903 había escrito Excursiones por la Alta Ribagorça y en 1906 (justo el año antes de la expedición) .
UNA JORNADA PELIGROSA
El día 3 de septiembre de 1907 empezó muy temprano. Mosén Gudiol, que había pernoctado en Salardú, se había levantado a las cuatro y cuarto de la mañana para oficiar misa. A las cinco se había puesto en marcha hacia Salardú, donde había encontrado a todos los miembros del equipo todavía dormidos, extenuados. Se levantaron a las seis, pero no salieron del pueblo hasta las ocho pasadas, cabalgando a lomos de cinco machos, y otro de refuerzo para los bultos fotográficos. Dice Gudiol que «a les tres hores de camí ja’m recordava de l’entrada a l’infern explicada pel Dant». Cuando iniciaron la última subida hasta el puerto de Caldes, ahora ya a pie, el cielo estaba cubierto, del todo nublado, el suelo mojado y estaban exhaustos. Eran las dos y media cuando cruzaron el collado, las piernas les flaqueaban y todavía les faltaba todo el largo descenso hasta Caldes de Boí. Actualmente, por supuesto, la red de refugios permite hacerlo con mucha más confortabilidad. Los caminos están suficientemente marcados, acotados e indicados en planos y coordenadas GPS. Los refugios de Colomers y del Ventosa i Calvell permiten partir esta larga jornada en dos, por lo que nada tiene que ver con aquella otra expedición, de hace más de cien años.
Al bajar del puerto se perdieron: «Feya un fred terrible y a les tres de la tarde trobarem un lloc abrigat entre dues roques per entre les que sortia ayga y’ns aturarem per menjar algo.» Nuevamente en el camino, Adolf Mas resbaló y cayó de espaldas y recibió un fuerte golpe. Cuando ya anochecía, continuaban perdidos, bajando como buenamente podían entre el roquedal. Por suerte, encontraron un numeroso rebaño de ovejas y cuando se acercaron, vieron al pastor. Entonces, dice Gudiol: «Vé en Puig i Cadafalch y en Goday y li demanem que’ns tregui d’aquell lloch.» El pastor accedió a hacerlo e iniciaron el lento descenso entre los afrades de los lastres de la Morta. A las siete y media, ya a oscuras, el pastor y uno de los arrieros que llevaban se adelantó, dejándolos con el intento de encender fuego. Pasadas dos horas, vinieron los refuerzos y así, después de una aventura auténticamente épica, llegaron a Caldes de Boí a la una de la noche, dieciséis horas después de haber iniciado el ascenso por la vertiente aranésa, donde «els banyistes nos dispensaren una carinyosa rebuda.»
Tras el espanto de ese día, permanecieron un día de descanso en Caldes de Boí, para rehacerse y reponer fuerzas. Fue allí donde el padre Gudiol escribió un artículo que se publicaría el 11 de septiembre del mismo año en la Gazeta Montanyesa de Vic, titulado: Jornada peligrosa.