Cada vez más gente se escapa a la montaña. Bajan un barranco, suben una ferrata o practican deportiva sin pensar en los riesgos ligados estrechamente a todas estas actividades.
Más gente, pero menos preparada. No es ningún secreto que cuanto más seguridad se asocia a una actividad de riesgo, más probabilidades hay de hacerse daño; en confiarnos y no necesitar una preparación física y técnica obligadas para afrontarla. Un buen mantenimiento de las zonas de escalada puede implicar también más imprudencias. Por lo tanto, este mantenimiento no excluye, ni mucho menos, la posibilidad de hacerse daño.
En caso de que ahora mismo alguien presentara una denuncia contra un equipador o contra una administración como responsables civiles de un accidente, ¿qué juez los declarará culpables, cuando es el accidentado el que asume el riesgo de la actividad que libremente decide practicar? ¿Hay escaladores que no sean conscientes del riesgo que conlleva el deporte que practican? ¿Es posible eliminar el riesgo de la escalada?
Querer garantizar la seguridad al 100% es una utopía que conllevaría la desnaturalización del entorno, la urbanización del espacio natural con el fin de eliminar los riesgos inherentes. Y como toda utopía es excluyente: o se escala de forma segura o no se escala. ¿Pero qué futuro queremos? ¿Administraciones controlando quién escala y quién no? ¿Escuelas de escalada cerradas por falta de presupuesto para mantenerlas? ¿Cuando se acabaría, de hecho, la adaptación de las paredes a unas normas de seguridad articuladas?