El problema tiene otras vertientes que es fácil pasar por alto. Los rescates absurdos, son otra. En la montaña vamos cada día menos preparados. Y no sólo los turistas se pierden y se asustan y terminan llamando a los bomberos. Tampoco. Cada día hay más grupos de «expertos» que salen a la montaña como quien se va a hacer footing por el Parque de la Ciutadella. Y en la Pica d’Estats o en el Aneto, por poner dos ejemplos, no puedes coger un taxi para volver a casa cuando te cansas, te coge frío o te pilla una tormenta de verano.
Pero aunque esta idea parece obvia, en cambio, cada vez nos aventuramos menos preparados por encima de los 2.000 metros, sin mapa, sin el calzado adecuado, sin un simple poncho o sin un pequeño botiquín. Eso sí, el móvil y el GPS que no falten, al menos hasta que se les acabe la batería.
A primera vista parece que la forma como nos acercamos a la montaña debería ser más consciente. No sólo evitando ensuciarla sino también tratando de no perderle el respeto, siendo conscientes de los peligros y las dificultades que implica. Las instituciones también tienen un papel. No basta con quejarse y amenazar de cobrar los rescates. Hay que educar y concienciar. Si nos ponemos entre todos, quizá algún día podremos aspirar a construir una cultura de la montaña comparable a la que han alcanzado en Francia, Suiza, Austria o Alemania.