Llega un momento en la vida de los montañeros, donde las preguntas van llegando y cada vez cuesta más de responderlas. Quizás en la juventud el ansia deportiva, el descubrimiento, la competitividad y el deseo de superación siempre te hacen ir más allá sin mucha reflexión. Pero cuando en la madurez las fuerzas comienzan a marcar sus límites queda tiempo para otros espacios, y algunas cuestiones se van perfilando cada vez con más insistencia. Una de estas preguntas sin aparente respuesta es esta atracción por la naturaleza y los espacios naturales que funciona como un imán de fuerza poderosa e invisible para volver siempre hacia la montaña. Lentamente se va constatando que más allá de muchas razones la llamada de la naturaleza es uno de los motores de la actividad montañera y excursionista. El deseo de contemplación y a la vez de comprensión y conexión con la naturaleza se convierte en un nuevo faro de las reflexiones cotidianas. ¿Porqué nos gusta la naturaleza? ¿Porqué nos sentimos atraídos? ¿Qué vínculo telúrico nos hace volver y regresar? ¿Y cómo lo combinamos y equilibramos con nuestra naturaleza urbana inevitable? ¿Y en el medio natural que espacio y sentido tiene dentro de las capas de civilización y cultura urbana? ¿Podemos ir a la naturaleza sin el poso de la historia de los siglos de cultura occidental? ¿Cuando hablamos de paisaje, que estamos viendo, el puro medio natural o tenemos una mirada mediatizada por las capas culturales como pieles de cebolla? ¿Podemos estar llamados a vivir la naturaleza y entenderla desde una vivencia urbana y social? ¿No será este retorno a la naturaleza una escapada de una civilización envejecida y gastada, pero inevitable y de la que no sabemos prescindir? ¿Realmente estamos preparados para una vivencia de la naturaleza auténtica y pura? Por qué, en definitiva, ¿qué es la naturaleza para un ser humano civilizado y culturizado?